lunes, 22 de febrero de 2010

EL MIEDO COMO OBJETO DE DOMINIO POR PARTE DE LAS RELIGIONES Y LA POLITICA


FUNDAMENTALISMOS
Por Emiliano Galende

El miedo es un instrumento de la política. En el extremo del pánico, el miedo se muestra como el gran desorganizador del grupo o la masa; frente a él cada individuo asume por sí mismo su supervivencia. Está claro que el futuro de la sociedad y, más aún, el futuro de cada individuo, es la esencia de la política: en la política, como constructora del futuro, se juegan siempre las amenazas o las promesas. De Maquiavelo en adelante, ningún político se abstiene del uso político del miedo y la esperanza. Ejemplos actuales: el uso de la amenaza del futuro sobre el cual se propone la aceptación del presente –flexibilizació n laboral o riesgo de desocupación–, o la esperanza de salvación para quien acepte resignar las necesidades del presente –bajar los salarios porque hay crisis, callar la protesta para asegurar la paz–.

Pero el valor de la esperanza no es sólo patrimonio de las religiones. También lo es de quienes tenemos el sueño de la igualdad. La esperanza de un futuro mejor, diferente del presente, genera solidaridad, unión bajo el sentimiento activo de que es posible actuar sobre la realidad actual. La igualdad ha sido el sueño de todas las revoluciones: tiene el sentido de una ilusión, de imaginar otra realidad posible y de buscar lograrla activamente. Esta ilusión, cercana a la utopía, es un llamado a la solidaridad para transformar el presente ahora, es decir, comprender lo actual para proyectar en conjunto un futuro diferente. Se opone a la utilización de la religión como propuesta de un más allá en el que todos seremos merecedores del cielo y la paz, iguales ante Dios, separados de los malos, que sufrirán el destino del infierno. Se trata, en cambio, de pasar del estado de muchedumbre, compuesta por individuos aislados, al grupo solidario que actúa enfrentando el miedo para construir un futuro diferente. Por eso la solidaridad es política activa, es la esperanza puesta en el valor del hombre para construir su futuro.

Freud, criticando las ideas de Gustav Le Bon, señalaba cómo el padre interviene en el lazo social, prolongado en la función del líder o jefe como aglutinador, que, provocando, la unión solidaria de los hermanos vence al terror. Vale recordar a Montesquieu: “Los regímenes despóticos producen individuos completamente separados entre sí, o, lo que es lo mismo, mantenidos juntos por la fuerza repulsiva de pasiones que los aíslan (la avaricia, la competencia, el deseo de sobrevivir a los otros), impidiendo toda confianza y solidaridad recíprocas, de-sagregando a los ciudadanos a súbditos y generando así la más completa, fatalista y vil pasividad política, apenas interrumpida por alguna esporádica, rabiosa y fugaz llamarada de rebelión”. En oposición a esto, Maquiavelo se preguntaba si la sola dimensión laica, sin miedo y sin esperanza, puede sostener la política y la vida de los Estados.

En Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el Islam, de Karen Armstrong (ed. Tusquets, Barcelona 2000), visualizamos la expresión clara del retorno del miedo y la esperanza como política para aglutinar, masificar, configurando una realidad paralizante. El sueño de la igualdad tiende a opacarse en nuestro mundo. Este requiere de la solidaridad: unirnos, no para el mito o el culto, sino para la acción de transformar la realidad. En esto es esencial ejercer una razón crítica sobre el presente. Sólo este comprender crítico permite una acción que no esté guiada por el miedo ni por la promesa mítica de un “más allá”, sino por la razón y el deseo de transformar, construir la realidad. Esto puede dar como resultado un cambio de los actores y del poder de decidir sobre la existencia de cada uno y del conjunto.

En Estados Unidos, uno de cada 136 habitantes está detenido en cárceles o institutos penitenciarios: cuatro millones en total. El miedo es global y responde a diversos motivos. Quince millones de mexicanos viven escondidos en Estados Unidos, pese al muro construido para impedir su ingreso, de 1200 kilómetros de largo, con 1800 torres de observación provistas de policías armados. La ONU cuenta 200 millones de refugiados en el mundo, escapando de guerras y pobrezas extremas. Cerca de nosotros, hay un mundo de barrios cerrados, villas miseria, nuevos guetos. Hay excluidos de la sociedad, custodiados como criminales, pero están también los que voluntariamente buscan estar custodiados en barrios cerrados, en “edificios con seguridad”, countries, etcétera.

Pero también podemos sumar a los que viven encerrados en sus empleos por horarios que no dominan (por ejemplo, la flexibilizació n laboral y la extensión horaria aprobadas por el Parlamento Europeo). A todos, el miedo los convierte en presos: por amenaza del desempleo, por la violencia, por el hambre, por la emigración, por la ilusión de la seguridad. El mundo actual está compuesto por productores, consumidores y excluidos. Como los criminales presos, quienes estamos presos en este mundo global amenazante nunca aceptamos este presente como definitivo; la mayor parte mantiene su anhelo de libertad, de poder elegir y decidir, pero muchos, por diversas debilidades y desventajas sociales, son víctimas personales del pánico y la angustia crónica.

Este mundo del miedo no es natural ni espontáneo. Por vía del consumismo, que requiere una cultura del individualismo, se trata de mantenernos aislados, como en las cárceles se mantiene a los presos en celdas individuales, para evitar que la idea de un futuro en común nos pueda volcar juntos a la resistencia. Esto no es espontáneo. La globalización económica impuso aislarnos del territorio –migraciones masivas–, de la vida en común –competencia y desconfianza– , de la historia compartida; y, especialmente por las políticas mediáticas, procura evitar que imaginemos un futuro o un proyecto en común. Este encierro masivo hace que la vida urbana se acerque a la de la cárcel o el manicomio: conflictos y lucha entre vecinos o antiguos compañeros, pobres atacando a otros pobres, de-sempleados luchando contra empleados, especialmente si son inmigrantes, aun en la pareja amorosa desconfianza y cuidado de no comprometer bienes y futuro.

Si prestamos atención, veremos cómo los medios a través de mensajes presentados como noticias nos dicen que la vida es insegura, insisten en lo incierto de la economía, en los riesgos de epidemias, crisis energética, catástrofes naturales, amenazas del futuro cuyo contenido ficcional se oculta. Lo eficaz es generar el miedo y lograr su capacidad de mantenernos aislados.

No olvidemos que el miedo es la pasión que más fácilmente se erotiza: esta cualidad hace que se potencie y se contagie entre los individuos. Esas operaciones mediáticas son exitosas, mantienen su eficacia haciéndonos creer que la prioridad para cada uno de nosotros es tomar medidas destinadas a nuestra seguridad personal; nos convencen de que nuestra situación ante los riesgos y amenazas del futuro depende de lo que pueda hacer cada uno, no del destino en común.

Debemos reconocer que el miedo está instalado en nuestras sociedades. Los políticos lo utilizarán luego, según la ética de cada uno. La esperanza, su correlato opuesto, avanza al mismo ritmo. Recrudecen en el mundo los fundamentalismos religiosos, de todas las religiones, pero en esta versión moderna con una violencia inesperada. El judaísmo, en su historia, no contaba la violencia y la dominación de otros pueblos, y hoy hay tres generaciones nacidas en campos de palestinos consecuencia de la expansión del Estado de Israel. El islamismo, religión de la paz, hoy llega expresarse en autoinmolaciones y terrorismo. El cristianismo, especialmente en sus variantes evangélicas, sostiene las nuevas guerras de la dominación económica, como es el caso del Partido Republicano en Estados Unidos en la era Bush.

¿Será posible preservar lo humano, la solidaridad, la libertad, la justicia, el anhelo de construir un futuro común, por fuera de las amenazas políticas y de las promesas religiosas que nos rodean? Vale recordar a Merleau-Ponty, que, en la posguerra, escribió: “Una sociedad no es el templo de los valores-ídolos que figuran al frente de sus monumentos o en sus textos constitucionales; una sociedad vale lo que valen en ella las relaciones del hombre con el hombre. Para conocer y juzgar una sociedad es preciso llegar hasta su sustancia profunda, el lazo humano del cual está hecha y que depende sin duda de las relaciones jurídicas, pero también de las formas del trabajo, de la manera de amar, de vivir y de morir”.

La dimensión del miedo y la esperanza, en nuestro tiempo, está en el centro de muchos de los sufrimientos mentales que atendemos. Hubo tiempos en que dominó la nostalgia, como en el siglo XIX lo expresó el romanticismo. Freud, no del todo ajeno a ese movimiento, nos enseñó a reconocer las pasiones que sujetan al hombre a su pasado y dificultan su presente; sólo tangencialmente aludió al miedo y criticó la esperanza como ilusión religiosa. A nosotros nos toca hoy comprender las pasiones ligadas al futuro: éstas, como el miedo o el pánico, afectan y condicionan el presente de muchos, especialmente de aquellos que, refugiados en el individualismo, no logran comprender las razones de sus malestares. Un nuevo recrudecer del objetivismo, esta vez por vía del consumo y el mercado, lleva a que el otro, cualquier otro, pueda devenir y ser tratado como un objeto más; el individualismo ayuda a que cada uno sólo valga por su uso. Todo esto, con la dimensión de estar sustraído a la conciencia, ¿no es motivo suficiente para explicar mucho de la angustia actual como padecimiento dominante?

* Extractado del trabajo “La angustia, el miedo y la esperanza”, cuya versión completa puede leerse en www.topia.com. ar.

sábado, 20 de febrero de 2010

LA VERDAD SALIO A LA LUZ. EL CLERO CATÒLICO, LA ORGANIZACIÒN MÀS SEXUALMENTE DEPREDADORA DEL MUNDO.



De pronto todo salió a la luz. Lo que nunca se dijo apareció en todos los medios de información. Los problemas graves que tiene la Iglesia Católica alemana con el comportamiento sexual de sus sacerdotes y frailes. Ha sido el tema de tapa de los principales medios de comunicación, día tras día. El Die Zeit y el Spiegel –los dos semanarios de información más leídos en Alemania– le dedicaron al tema el estudio central de esta semana. El primero titula en la tapa: “El peligro satánico”, y el subtítulo es: “¿Por qué los hombres de la Iglesia se convierten en culpables?”. Y en la bajada se señala: “Desde que fueron denunciados los casos de abuso sexual cometidos por sacerdotes católicos en el Colegio Canisius de Berlín, toda Alemania está preocupada: ¿Cómo se reconoce a los culpables? ¿Cómo se protege a los niños?”. 

Por su parte. Der Spiegel muestra en tapa a un sacerdote que lleva las manos en sus partes pudendas por encima de la sotana. El título de esa tapa es: “Los santos transparentes” , y como subtítulo: “La Iglesia Católica y el sexo”. Y el estudio del estado actual de la ética católica en colegios e instituciones lleva la frase: “Vergüenza y miedo. 

La Iglesia Católica ha sido estremecida por una serie de casos de abuso sexual. Y esto no solamente en las escuelas de jesuitas. Casi cien eclesiásticos en la denuncia de violaciones sexuales, en los últimos años. Luego de décadas de silencio, se ha quebrado ahora el muro del silencio”. 

 Todo se inció con la denuncia de lo ocurrido en el colegio Canisius de Berlín. Ese día, el 2 de febrero último, el diario Frankfurter Rundschau tituló: “Vergüenza enmudecida”, “Casos de abuso sexual en el Colegio Canisius de Berlín sacude a la Iglesia Católica. Más víctimas se presentan en otras escuelas”. Y ahí comenzó la discusión que va dejando en claro cómo las autoridades católicas han tratado de guardar silencio y esconder los graves hechos anteriores. Y eso que la misma Iglesia había sido sacudida por las denuncias de los abusos cometidos por sacerdotes y frailes en Irlanda, en Canadá, en Australia y en Estados Unidos. 

En Irlanda se conoció en 2009 el Informe Ryan, que descubre y denuncia el abuso sexual masivo, sufrido desde 1930 por niños irlandeses internados en escuelas católicas. Miles de víctimas recibieron una indemnización de por lo menos 1,3 mil millón de euros. La Iglesia Católica irlandesa se mostró dispuesta a pagar una cuarta parte de esa suma y el resto fue puesto por el gobierno irlandés. Medio año después, dos obispos de Dublín renuncian a sus cargos. Lo mismo hacen varios diáconos y sacerdotes luego de que una investigación demostrara que hubo más de 300 casos de abuso sexual contra niños. 

 Con respecto a Canadá, en 2008 la Iglesia Católica reconoce que el sacerdote Charles Sylvestre violó a 47 adolescentes, según su propia confesión pública. El papa Ratzinger se disculpa ante los pueblos originarios, ya que las niñas pertenecían a una escuela de esa religión para “reeducación” de los descendientes de antiguos habitantes. El gobierno canadiense paga 2000 millones de dólares a las víctimas y la Iglesia Católica participa con 79 millones. En Australia, en 2008 se publica la investigación Mullighan, donde se denuncia el abuso sexual de centenares de menores de edad por parte de sacerdotes católicos. Fueron condenados 107 curas. Se cree que las cifras de las víctimas ascienden a miles. La Iglesia Católica se disculpó por los hechos. 

Ya en 2004, en Estados Unidos, fueron acusados 4400 sacerdotes por abuso sexual, número que en 2005 ascendió a 5000. La Iglesia Católica pagó, a raíz de esto, dos mil millones de dólares a las víctimas. El obispado de Los Angeles lo hizo por 600 millones de dólares. Todos estos hechos vergonzosos provocaron la renuncia del obispo de Boston, cardenal Bernard Law, acusado de proteger a los curas causantes de las violaciones. 

Sebastian Gehrmann, un sociólogo que estudia el problema, señala que esto ha provocado la bancarrota de varias diócesis de Estados Unidos, especialmente de la de Boston.
Y que en 23 países existen denuncias de agresiones de clérigos hacia monjas, de niños sordomudos en Italia, menores de edad en Austria y niños en Polonia. Y agrega que la lista desgraciadamente es mucho más larga. 

 Luego de la denuncia ocurrida por los sucesos en el colegio Canisius, se originó en Alemania una ola de denuncias de ex alumnos de escuelas religiosas. Por las mismas, se hallan acusados de abuso de niños y adolescentes por lo menos 94 sacerdotes y laicos católicos. Tanto es así que se tiene en Alemania el temor de que se produzca un verdadero terremoto de denuncias, como ocurrió en Estados Unidos e Irlanda. El Spiegel se pregunta: “En esos dos países salieron a la luz diez mil casos de abusos sexuales. ¿Alemania alcanzará también esas cifras?”. En el Die Zeit, los autores del estudio señalan: “En enero de 2002 fue acusado el cura John Geoghan en Boston de haber abusado sexualmente de 130 niños durante sus treinta años de sacerdote. Pero no fueron los hechos que llevaron a la condena de ese cura a diez años de prisión los que levantaron la furia de la población contra la Iglesia Católica, sino que la jerarquía eclesiástica supiese muy bien de las fechorías del cura Geoghan pero, en vez de separar al cura de la comunidad, pagase a las familias cuyos niños habían sido abusados por él sumas importantes de dinero para que guardaran silencio, y trasladaran al autor de esos hechos criminales a otras comunidades católicas sin advertirles a éstas quién era el sacerdote que llegaba”. 

Una especie de método para “no levantar la perdiz”. Fue así que durante esos años, 4392 sacerdotes norteamericanos cometieron delitos por abuso de menores. Pero la Iglesia Católica norteamericana siguió con su táctica de pagar dinero a las víctimas y trasladar a los curas en vez de buscar soluciones por medio del estudio profundo del origen de esos delitos. En las investigaciones que mencionamos se llega a la conlusión de que no hay acción más pérfida que la violación o el abuso sexual de menores.

Y que todo esto no se soluciona con la condena de los autores de tales violaciones ni con el pago de indemnizaciones a las víctimas. Se anuncia que a partir del 22 de este mes la Conferencia de Obispos Católicos Alemanes se dedicará al tema de violaciones y abusos. Evidentemente se tendrá que ir al fondo de la cuestión. Y en eso está en claro que, quiérase o no, deberá comenzar el debate acerca del voto de castidad de los sacerdotes. Alemania misma tiene el ejemplo: los pastores de la Iglesia Evangélica luterana pueden casarse y tener hijos. Los sacerdotes católicos, no, deben ser “castos” desde que nacen hasta que mueren. Veamos pues entonces las estadísticas, comparemos. 

Los cristianos de la línea luterana no tienen ni por asomo los delitos que ensombrecen a la Iglesia Católica. En primer lugar, las jerarquías católicas deberían recurrir a la experiencia del ser humano y a la ciencia. Hacer cursos con psicólogos, con médicos, sí, hasta con poetas, acerca de palabras como amor, cuerpo humano, hijos. Y de allí, al estudio de todos los complejos y hasta enfermedades mentales que se originan con las prohibiciones, llamados “pecados” por el catolicismo. 

Preguntarse desde cuándo y quién impuso lo de la llamada “castidad” y aquello de que sólo el hombre, como sacerdote, puede ser representante de Dios en la Tierra. No es así. La mujer es parte de la vida, fundamental, y no sólo está para rezar del lado de enfrente del altar sino para actuar y acompañar. 

La Iglesia Católica –ya desde antes de la elección del alemán Ratzinger, como Papa– está en declinación. Se nota en el reducidísimo número de aspirantes a sacerdotes que se presentan por año y en el número de iglesias que van cerrando en sus ciudades, por falta de fieles y de sacerdotes. Pasan a ser museos, salones de exposiciones, restaurantes y hasta salones de baile. Creemos que les ha llegado el momento, a quienes manejan esa inmensa corporación mundial religiosa, de pensar otras metas. 

No prometer paraísos en otras vidas sino llevar la verdadera religión de la bondad y la justicia aquí, en la Tierra. Seguir el camino de esos obispos Angelelli y De Nevares, a quienes conocí a fondo, y eran pura sinceridad y llevaban la palabra solidaridad en los labios y la cumplían todos los días a toda hora, igual que aquellos padres palotinos, aquel padre Mugica, y ese padre Antonio Puigjané, a quien visité tantas veces en la cárcel injusta, pero que siempre salía para extender la mano y marcar el surco. Se hace necesaria una organización verdaderamente cristiana que ayude con la varita mágica de los comedores infantiles, con la creación de fuentes de trabajo, de procurar un techo digno para todas las familias. Juntar lo bueno del cristianismo con lo bueno del socialismo. 

No hay mejor paraíso que el que se puede crear en la propia Tierra y no dejarse llevar por fantasías que han ayudado a mantenerse en el poder a un sistema injusto, apoyado por las armas, las guerras y la explotación del hombre por el hombre. Y no continuar con todos esos pavos reales disfrazados que fueron a saludar a dictadores y dieron misas a los desaparecedores. Esperemos que en los próximos concilios comience a debatirse en serio el verdadero rol de la Iglesia en la sociedad. Jesús actuó aquí, en la Tierra, e hizo saber sus enseñanzas a sus discípulos. 

Y por eso perdió la vida como tantos que siguieron sus verdaderas huellas por la verdadera paz eterna. Aquella que busca hacer desaparecer las violencias de una sociedad, siempre originadas en las injusticias sociales. 

 Por Osvaldo Bayer 

martes, 2 de febrero de 2010

NO ES CONSERVADURISMO, ES HOMOFOBIA




“Dios Todopoderoso creó las razas blanca, negra, amarilla, malaya y roja, y las colocó en continentes separados. El hecho de que Él separase las razas demuestra que Él no tenía la intención de que las razas se mezclasen”. La frase citada parece salida de alguna proclama perdida del Ku Klux Klan. Pero no: es parte de una sentencia judicial de un tribunal norteamericano, fue escrita en 1966 y se refería al matrimonio interracial.

Hasta el fallo “Loving v. Virginia”, dictado el 12 de junio de 1967 por la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, en 16 estados norteamericanos —entre ellos, Virginia— era ilegal que una persona de piel negra se casara con una persona de piel blanca. Apenas siete estados nunca lo habían prohibido: Minnesota, Wisconsin, Nueva York, Connecticut, Vermont, New Hampshire y New Jersey, y los primeros en permitirlo habían sido Pennsylvania (1780) y Massachusetts (1843). El resto fue cayendo como piezas de un dominó, hasta aquellos últimos dieciséis a los que la Corte tuvo que darles el empujón final.

Otras leyes racistas fueron derrotadas durante el siglo XX en ese país por la lucha del movimiento negro y el compromiso de líderes políticos como Kennedy. Uno de los hitos más significativos de ese cambio fue la rebelión que paralizó por 382 días el transporte público de Montgomery en 1955, por iniciativa del pastor Martin Luther King, luego de que una humilde modista negra, Rosa Parks, fuera presa por negarse a cederle el asiento a un pasajero blanco en un colectivo. Así se lo había exigido el chofer, James Blake, haciendo cumplir una ley del estado de Alabama. En 1962, cuando el estudiante negro James Meredith intentó matricularse en la Universidad de Misisipi, hubo violentas manifestaciones racistas impulsadas por el gobernador Ross Barnett y el presidente JFK tuvo que mandar 3 mil soldados y 400 agentes federales para protegerlo. Hubo dos muertos y decenas de heridos. Las leyes que permitían negarles la matrícula a estudiantes negros en escuelas y universidades también habían caído por un fallo de la Corte, en 1954, pero algunos estados se resistían a aceptarlo.

¿Cuántos personas, por más conservadoras que sean, repetirían hoy sin ruborizarse la cita que abre esta columna? ¿Cuántas defenderían hoy leyes que obligaran a los negros a cederles el asiento a los blancos en los colectivos o que autorizaran a escuelas y universidades a “reservarse el derecho” de no admitirlos? Me arriesgo a decir que casi nadie. Oponerse a que los negros tengan los mismos derechos que los blancos no es una posición “conservadora” . Es, simplemente, racismo, condenado por igual por conservadores y liberales, personas de izquierda y de derecha, católicos, judíos, ateos, ricos, pobres, hombres, mujeres. El racismo sigue existiendo y sigue siendo un problema en buena parte del mundo, pero afortunadamente ya no es una posición político-ideoló gica que cuente con un mínimo de respetabilidad en las democracias occidentales.

La lista de los estados norteamericanos que nunca prohibieron el matrimonio interracial o que estuvieron entre los primeros en abolir la prohibición se asemeja mucho a la de los estados en los que ya es legal el matrimonio entre personas del mismo sexo: Massachusetts (2004), Connecticut (2008), Iowa (2009), Vermont (2009), New Hampshire (2010) y Washington (2010), a los que es probable que pronto se sume Nueva York. Uno de los primeros países en legalizar el matrimonio gay a nivel federal fue Sudáfrica (2006), a partir de una sentencia de la Corte Constitucional, que aplicó la nueva constitución democrática surgida tras la abolición del apartheid y la llegada al gobierno de Nelson Mandela. No creo que sea casualidad.

Guardemos este texto. Volvamos a leerlo dentro de veinte años, o quizás menos. ¿Cuántos creerán aún que es legítimo prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo o negarles ciertos derechos civiles a las personas homosexuales? Apuesto a que serán tan pocos que declaraciones como las más recientes del papa Ratzinger, que dijo que “el matrimonio homosexual y el cambio climático amenazan la creación”, sonarán en no mucho tiempo para casi todo el mundo tan repugnantes como la que cité al principio de esta nota.

En lo que respecta al matrimonio, es lógico que los conservadores discrepen con los liberales en temas como la fidelidad obligatoria y la intromisión del Estado en la intimidad de las parejas, o que los conservadores se opongan a los contratos prematrimoniales y, para los liberales, estos sean necesarios y la regulación estatal del patrimonio de los cónyuges deba ser mínima. Es lógico que los más liberales sean menos partidarios del propio matrimonio que los más conservadores. Que unos lo defiendan como una tradición fundamental y los otros lo consideren una formalidad innecesaria y prefieran formas jurídicas más informales para garantizar derechos como la herencia, las pensiones y demás, sin ceremonias ni libretas. Son debates interesantes y legítimos y está bien que cada pareja elija de qué manera quiere formalizar sus vínculos o si prefiere no hacerlo. Que haya parejas más tradicionales y otras que renieguen de la tradición, más allá de la orientación sexual. No nos engañemos: hay gays y lesbianas tradicionalistas y conservadores y hay heterosexuales liberales que prefieren el amor sin papeles.

Pero oponerse a que las personas homosexuales tengan los mismos derechos que las personas heterosexuales —entre ellos, el derecho a casarse si así lo quieren— no es una posición conservadora. Es, simplemente, un prejuicio homofóbico, que no debería tener lugar en una democracia.

En no muchos años, nadie va a discutirlo.

POR BRUNO BIMBI