martes, 27 de julio de 2010

LOS ABUSOS SEXUALES EN LA IGLESIA CATOLICA


El periodista argentino Jorge Llistosella se embarcó en una tarea difícil: escribir un libro sobre los aberrantes y numerosos casos de abuso sexual perpetrados por sacerdotes en el seno de la Iglesia Católica Romana. La dificultad no radica en la falta de pruebas sino que al tratar este problema, muchos laicos y religiosos inocentes se sienten atacados en su Fe. Separar las aguas es una tarea delicada que Llistosella realiza con éxito en “Abusos sexuales en la Iglesia Católica” de Ediciones B.

“Esa Iglesia que surge de estas páginas no es toda la Iglesia Católica, pero la habita. Está en su entraña y la infecta”, comenta con precisión el autor en el prologo. Esa tesis inicial puede ser rastreada a través de la cuidadosa compilación de casos, declaraciones y testimonios que se van replicando alrededor del mundo, porque este fenómeno no reconoce de fronteras. México, Estados Unidos, Irlanda, Polonia, Alemania y España son algunos mínimos ejemplos de este trabajo de investigación.

Los números son escalofriantes: “solo en los últimos cincuenta años, más de 8000 seminaristas, hermanos, frailes sacerdotes, obispos, cardenales y monjas de la iglesia han sido acusados como abusadores; por lo general, de personas del mismo sexo, y abrumadoramente en perjuicio de menores de edad”.

En el capítulo dedicado a la Argentina, se da cuenta del “caso Grassi” que sirvió como despertador de conciencia para muchos que veían en ese sacerdote “benefactor de niños” a un santo. Pero también allí se presenta una treintena de “prontuarios”, la mayoría de ellos desconocidos por la opinión pública.

Existe algo que vincula a la mayor parte de los casos: la reacción de la jerarquía es similar en todos los lugares del mundo. Se trata de mantener el “problema” dentro de los muros eclesiales, evitando alertar a las autoridades civiles, trasladando a los clérigos a otras diócesis alejadas, o confinándolos a monasterios y abadías, donde el silencio es parte de la norma.

El libro también analiza las actitudes de los dos últimos Papas respecto de estos temas. Si el cardenal Joseph Ratzinger se desempeñó como el “rottweiler de Dios” al ser nombrado como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santa Inquisición) y desde allí condenó a la Teología de la Liberación y a sus pensadores por difundir mensajes contrarios a la Iglesia; sobre el tema de la pederastia no se mostró tan predispuesto a ejercer su función, haciendo la vista gorda a las denuncias que llegaban a sus manos.

Llistosella recupera el caso “Hullermann” que cobró notoriedad por una nota del matutino The New York Times y que compromete a Ratzinger como encubridor, esta vez, cuando se desempeñaba como obispo de la arquidiócesis de Munich, hacia finales de la década de 1970.

Por estos últimos días, los medios han informado acerca del endurecimiento de las normas del Derecho Canónico. Las penas siguen pareciendo “módicas” al conocer el tenor de algunos de los casos que se transcriben en el libro de Llistosella.

Si estos delitos aberrantes son una enfermedad que vive dentro del cuerpo de la Iglesia, cabe preguntarse cuál es la causa y cuál es el tratamiento a seguir. Por lo pronto, el libro “Abusos sexuales en la Iglesia Católica” nos puede servir como un compendió de síntomas que hay que mirar con atención, evitando que el miedo y el silencio ganen la batalla. + (PE)

Por Lucas D. González Monte (*)

martes, 6 de julio de 2010

RESPETO Y DIGINDAD


La sexualidad humana, expresión vital de la persona, está íntimamente vinculada con lo afectivo, lo placentero y con las relaciones interpersonales. Su comprensión está modelada por todos los procesos de cambio cultural, social, religioso y científico. Su historia, que ha mostrado cambios drásticos en los últimos tiempos, está marcada por intransigencias, discriminaciones y contradicciones.

Desde que el emperador Constantino en el siglo IV adoptó el cristianismo como religión oficial, la llamada “cultura de la cristiandad” ha marcado la historia de Occidente. La concepción de una sociedad organizada por una particular y cerrada visión religiosa se prolongó por muchos siglos pero, poco a poco, se fue desmantelando por los reiterados cuestionamientos que fueron abriendo paso al desarrollo de la libertad religiosa, la tolerancia, a nuevas comprensiones del mundo y de la vida. Este proceso dio lugar a un creciente escepticismo religioso.

Esa religiosidad cristiana ha impuesto sobre la sociedad una férrea marca de control sobre la sexualidad humana. La limitación de la relación sexual en el matrimonio a la procreación, el desprecio del placer en las relaciones sexuales y el rechazo a toda manifestación de diversidad sexual fueron algunos de los postulados con los que se impuso y ejerció poder y dominación sobre la intimidad de las personas.

Hoy sabemos que ya no es posible imponer una comprensión única de la vida y de la sociedad. Las culturas y las religiones están seriamente afectadas por los cambios experimentados en el mundo y, en ese contexto, se ha relativizado su autoridad. Las verdades absolutas han dejado su lugar a posturas más modestas y tolerantes. Los desafíos de esta nueva era ponen de manifiesto que vivimos en una sociedad cada vez más pluralista en términos sociales, culturales, religiosos y étnicos.

La fe religiosa no puede imponerse. La gente recibe, selecciona e interpreta desde su propia óptica social y cultural, y sospecha cada vez más de las imposiciones autoritarias y dogmáticas.

La tendencia de varias confesiones religiosas sobre la homosexualidad ha sido la de estimar su posición como la única válida. En ese sentido, el uso tradicional que se ha hecho de la Biblia como fuente de autoridad indiscutida ha tendido a abusar de los breves textos que hacen referencia a la conducta homosexual aunque, en realidad, la Biblia no aborda la problemática de la homosexualidad como tal. Por otra parte, en la Biblia no se señala que Jesús haya hecho alusión alguna al tema, por el contrario, sí hay alusiones directas al tema de la infidelidad. La centralidad del respeto y la dignidad de todos los seres humanos están en el corazón de la fe cristiana. Una fe que se basa en el amor de Dios para todos los seres humanos sin distingos, que llama a amar a los demás seres humanos como a uno mismo. De esa manera, erradica la discriminació n y la exclusión.

El concepto de matrimonio es una construcción social. Varía según la sociedad a la que nos referimos. En algunas, por ejemplo, se reconocen matrimonios monogámicos y, en otras, poligámicos. La base del matrimonio muda considerablemente según la sociedad de la que se trate, ya sea acentuando el amor romántico o el matrimonio por arreglo entre familias. En algunos lugares del mundo se prohibió el casamiento entre blancos y negros o entre blancos y asiáticos. Los derechos de las mujeres fueron cambiando hasta obtener igualdad legal. El divorcio vincular ha sido aceptado alrededor del mundo.

Algunas confesiones religiosas sostienen que el matrimonio es una institución sagrada que impone ciertas reglas a los contrayentes. En general, ceremonias o contratos matrimoniales –religiosos o no– involucran una serie de deberes y derechos, tales como el cuidado y la protección.

Sin embargo, el matrimonio religioso, no importa el carácter que se le otorgue, no tiene el mismo significado que el civil. El civil es un contrato social con repercusiones de variado tipo, pero sin consecuencias religiosas que lo determinen. Los fundamentos y requerimientos de un casamiento religioso deben resguardase para los creyentes, pero no corresponde imponerlos a la sociedad toda.

La convivencia en una sociedad pluralista sólo es posible cuando se preservan el respeto y la dignidad de todos los seres humanos. Para este fin, el Estado debe procurar que los derechos sean ejercidos sin ningún tipo de discriminació n. Y esto es parte de nuestra propia historia.

El pedido de la modificación legal que permita a los homosexuales que lo deseen ejercer sus derechos como las parejas heterosexuales debería encuadrarse en el marco de esta sociedad plural, que busca preservar la libertad y la dignidad de todos.

(*) Carlos Valle
Pastor de la Iglesia Metodista argentina, ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas. Texto que el religioso no pudo leer en la comisión del Senado que debate el matrimonio gay.