jueves, 30 de septiembre de 2010

LA BIBLIA Y LA AMENAZA LATENTE DEL INTEGRISMO


El fundamentalismo, de cualquier naturaleza que fuere, tiene en nuestros días muy mala prensa. Sin embargo, quienes viven apegados a conceptos integristas defienden su posiciones sin más motivo que la tradición y por la sola razón de que “es lo que siempre se sostuvo”. Cuando el fundamentalismo se ejerce desde el poder religioso absoluto, y por lo tanto sin posibilidad de oponer argumentos razonables, se corre el peligro de exponer a la comunidad a un innecesario resquebrajamiento.


Es de creer que nuestra época no estaría dispuesta a tolerar que en nombre de una presunta “verdad” se persiga y aniquile a los que disienten. Hemos avanzado un gran trecho como para que la humanidad acepte esas expresiones de cesarismo desplegadas en nombre de Dios. En este sentido, el capítulo “Galileo” debiera ser una advertencia insoslayable.

I Prohibido enseñar

Hace escasamente dos años dábamos cuenta de la censura que en Santiago del
Estero se ejerció sobre el entonces presbítero de la Iglesia Católica Romana Dr. Ariel Álvarez Valdés. El Padre Ariel, tal como era conocido por sus feligreses
y por sus alumnos de la Universidad Católica de Santiago del Estero y del Seminario Diocesano, es un teólogo que cursó estudios en Israel y obtuvo su doctorado en la Universidad Pontificia de Salamanca.

Es además miembro de varios institutos de origen pontificio, de la Asociación Bíblica Española, de la Asociación Bíblica Italiana y de la Sociedad Bíblica Argentina, por cierto. Sus libros de difusión bíblica recorren el mundo traducidos a varios idiomas.

Refiriéndose al Dr. Álvarez Valdés, decía en aquella oportunidad el teólogo vasco Xavier Pikaza: “Es un inmenso teólogo, una persona entrañable, un hombre comprometido por la Iglesia y la verdad del Evangelio […] quiero decir que es el biblista vivo que más me ha impresionado en los últimos 20 años, por lo que sabe y por lo que dice.”

Y he aquí que aquello de que “nadie es profeta en su tierra” también cuenta para los santiagueños porque apenas designado obispo, Francisco Polti Santillan, proveniente del Opus Dei, prohibió el 5 de agosto de 2008, al entonces sacerdote Dr. Ariel Alvarez Valdés ejercer la docencia, por considerar que sus afirmaciones pueden causar "perplejidad" o llevar a preguntarse si son compatibles con la enseñanza de la Iglesia.

Ante esa medida, al Padre Ariel no le quedaba otra posibilidad que ofrendarle a su obispo su ministerio sacerdotal y allanarse al estado laical. Al hacer pública su decisión expresó: “Renuncio porque a partir de ahora quiero dedicarme a divulgar la Palabra de Dios, tal como me enseñaron en las universidades católicas y pontificias donde estudié, en Jerusalén donde hice la licenciatura, y en Salamanca donde hice el doctorado, y que siendo sacerdote diocesano me resulta imposible hacer por una prohibición”.

II Prohibido aprender

Cuando la mayor parte de de los lectores de la Biblia y de modo particular los especialistas admiten que las figuras de Adán y Eva, lejos de constituir personajes históricos son expresiones literarias que, con una mirada sapiencial, aluden teológicamente a la relación de Dios con la humanidad, el obispo Polti considera que enseñar esas cosas al pueblo sencillo, el que normalmente no tiene acceso a las bibliotecas especializadas, constituye un peligro porque algunas de sus afirmaciones causan perplejidad. Normalmente, las “perplejidades” tanto como el asombro y la duda son los motores que llevan a las personas a indagar, explorar, conocer y de ese modo aprender.

Pero esto no lo entiende así el obispo de Santiago del Estero que «ha hecho leer en las iglesias y ha publicado en los diarios, un documento en el que pide a la feligresía local que se abstenga de asistir a las clases que Ariel Álvarez está dictando en la Universidad Nacional, y a las conferencias que está organizando con la Fundación que ha creado, debido a que no tiene permiso para enseñar. Como no puede prohibirle hablar a él (pues ha renunciado al presbiterado), le prohíbe a la gente asistir a sus clases», según consigna textualmente Periodista Digital de España del 16/9/2010.

Cerrando más aún el cerco, un nuevo decreto del Obispado de Santiago del Estero dado a conocer el día 13 de septiembre hace saber que «compete sólo al Obispo diocesano otorgar la autorización a un fiel bautizado en la Iglesia católica para enseñar ciencias sagradas, entre las que se cuentan las Sagradas Escrituras y las disciplinas teológicas. El Dr. Ariel Álvarez Valdez (h) carece de dicha autorización, aunque no esté ejerciendo el ministerio sacerdotal».

Finalmente, el decreto extiende la censura a toda la feligresía señalando la inconveniencia de asistir a sus cursos, o leer sus escritos. El decreto reza textualmente: "Por esa razón, los fieles católicos obrarán con prudencia si se abstienen de concurrir a sus clases, conferencias y cursos, así como también de leer y difundir sus obras".

¡Menuda disyuntiva plantea este Pastor a su grey! ¿Quien podrá ahora en su diócesis hablar de la Biblia o comentar los Evangelios sin el “ukase” episcopal? ¿Cómo habrán de asumir todos los fieles santiagueños bautizados la misión que encomienda Jesús de anunciar al mundo la buena noticia? Jesús la encomienda a todos.

III “Eppur si muove”
Los cursos y las conferencias del Dr. Álvarez Valdés son seguidos fuera de Santiago del Estero con creciente entusiasmo por clérigos y laicos que quieren conocer el mensaje de las Sagradas Escrituras en los términos que requieren los hombres y mujeres que tienen una fe adulta y un criterio maduro.

En tanto, este notable teólogo que tiene la capacidad de expresar su pensamiento con un lenguaje claro, sencillo y atractivo, continúa escribiendo y publicando sus trabajos.

Por Norberto H. Calvo
Fuente: El Pregonero Cristiano


PAIS CANELA
Información Sobre Diversidad Sexual en Ecuador
http://paiscanela.webs.com

jueves, 9 de septiembre de 2010

LA MUJER COMO PECADO



ELLA COMO PECADO 

Benedicto XVI equipara la ordenación femenina con los delitos más graves e indigna a teólogos e iglesias de base – Roma se niega a revisar la misoginia de sus primeros sabios .

Por Juan G Bedoya

“De los innumerables pecados cometidos a lo largo de su historia, de ningún otro deberían de arrepentirse tanto las Iglesias como del pecado cometido contra la mujer”. Es la opinión de la teóloga Uta Ranke-Heinemann, compañera de estudios del actual papa, Joseph Ratzinger, en la Universidad de Múnich, entre 1953 y 1954.

La pensadora católica habla de machismo, pero sobre todo de las políticas de exclusión impuestas por la jerarquía. La Iglesia romana no parece dispuesta a rectificar. El pasado 15 de julio reformó su código para endurecer las penas de los delitos más graves que pueden cometerse en su seno. Junto a la pederastia figura la ordenación sacerdotal de mujeres. La decisión ha causado estupor.

Entre las protestas en marcha, destaca la exhibición en autobuses que circulan por el centro de Londres de carteles con la leyenda Pope Benedict. Ordain Women Now! (”Papa Benedicto: ¡ordene mujeres ya!”). Benedicto XVI viaja este mes a Reino Unido, en la primera visita de un pontífice romano a ese país desde que el rey Enrique VIII rompió con el Vaticano en 1534.

Margarita Pintos, miembro de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, leyó “con estupor” la carta apostólica que, con el título de Normae de gravioribus delictis (Normas sobre los delitos más graves), agrava las penas contra el sacerdocio femenino. “La institución que pretende ser referente moral para la humanidad acentúa una antropología dualista, en la que el hecho de ser mujer es un impedimento para acceder al ámbito de lo sagrado”, afirma.

Como principio general, no hay derecho a entrometerse en las obligaciones que una religión impone a sus fieles. Quien no esté de acuerdo, tiene la libertad de marcharse, y, antes, la de no entrar. Los laicos no deben escandalizarse porque los obispos execren del divorcio, de la despenalización del aborto o de los curas que quieren casarse. Si quieres ser católico, no te divorcies; si quieres divorciarte, hazte protestante. Solo se puede protestar cuando la Iglesia católica pretenda impedir que se divorcie alguien que no es católico, o predica la insumisión ante una ley que protege derechos, no los impone.

Pero, muchas veces, la “ideología del apartheid”, como la llama Margarita Pintos, “no solo toca a la institución vaticana, sino que refuerza imágenes de lo masculino y de lo femenino que el patriarcado social ha impuesto con la ayuda del cristianismo”. Pintos concluye que es ese “apartheid antropológico” quien contribuye a mantener y a reforzar la marginación, el desprecio e, incluso, la violencia contra las mujeres.

¿En qué doctrinas apoya la Iglesia de Roma su decisión de que las mujeres deben ser excluidas del sacerdocio? Hay respuestas para todos los gustos, con citas de los hombres más doctos de esa confesión.

Si no fuese porque lo que Ranke-Heinemann califica de “denigración de la mujer” ha causado dolor y violencias, la sola enumeración selectiva de esa doctrina convertiría estas páginas en una regocijada lectura de verano. Lo malo son las consecuencias. Si la religión más influyente del mundo denigra con saña a las mujeres por boca de sus mejores pensadores, ¿qué esperar de muchos de sus fieles?

Santo Tomás de Aquino, al que los religiosos acuden cuando se sienten perdidos en cuestiones de doctrina, apeló incluso al argumento libidinoso, para aborrecer el sacerdocio de la mujer. “Si el sacerdote fuera mujer, los fieles se excitarían al verla”. Es la parte simpática de su teoría.

Umberto Eco, en sus debates con el cardenal emérito de Milán, Carlo Maria Martini, se mofa de esa idea recordando páginas de Stendhal en La Cartuja de Parma a propósito de los sermones del bello Fabrizio. “Dado que los fieles son también mujeres, ¿qué ocurre con las muchachitas que podrían excitarse ante un cura guapo?”. La simpática disputa entre el autor de El nombre de la rosa y el príncipe de la Iglesia más intelectual del momento se recoge en el libro En qué creen los que no creen.

En los textos sagrados de las religiones abrahámicas abundan mujeres importantes. Imposible imaginar a Abraham sin la simpática Sara; a Jesús sin la generosa María la de Magdala; a Mahoma sin la madura Jadiya. La literatura antigua no es injusta con la mujer. Entre los privilegios que confirió el fundador cristiano a la mujer no es menor el haberse aparecido a ellas resucitado, antes que a ninguno de sus posteriormente empavonados apóstoles, que habían huido muertos de miedo cuando vieron detenido y condenado a su maestro. Pedro, el primer papa, iba a negarlo hasta tres veces.

¿Cuándo se torció todo para la mujer? Cuando los religiosos pusieron en el portal de su actividad el sexto pecado cristiano: el sexo, el hombre como un “ser empecatado” en palabras de san Agustín. Hay antes la increíble historia del Paraíso y la anécdota de la manzana, donde Eva simboliza la tentación y la caída por deseo de inmortalidad (y por curiosidad, gran virtud).

Aunque parezca raro, la Iglesia católica concibió hasta finales del siglo XIX este relato del Génesis como un documental que debía ser tomado al pie de la letra. ¿Por qué el diablo no se dirigió a Adán, sino a Eva?, se pregunta incluso san Agustín. El demonio interpeló primero a “la parte inferior de la primera pareja humana” porque creyó que “el varón no sería tan crédulo”. Así lo escribe en La ciudad de Dios.

La inferioridad de la mujer (femina, en latín) se pone de manifiesto ya en ese término latino. El nombre femina proviene defides (fe) y minus (menos), luego fémina significa: la que tiene menos fe. Todo empezó cuando los primeros sabios cristianos tomaron a Aristóteles como pensador de cabecera. El griego fue quien primero enumeró los motivos más profundos de la inferioridad de la mujer. Ésta debe su existencia a un descarrilamiento en su proceso de formación; es “un varón fallido”. San Agustín solo reforzó ese desprecio, y santo Tomás lo hizo teología de la grande.

Según el axioma de que “todo principio activo produce algo semejante a él”, en realidad siempre deberían nacer varones. A veces nacen mujeres, que son varones fallidos. Aristóteles llama a la mujer arren peperomenon (”varón mutilado”). El de Aquino traduce al latín esa expresión griega como mas occasionatus (varón fallido). Así que toda mujer lleva a cuestas, desde su nacimiento, un fracaso. La mujer es un producto secundario, que se da cuando fracasa la primera intención de la naturaleza, que apunta a los varones. El sabio de Aquino también sostiene que la mujer “está sometida al marido como su amo y señor” (gubernator), que tiene “inteligencia más perfecta” y “virtud más robusta”.

La subordinación a los varones es el motivo de que se niegue el sacerdocio a la mujer. “Porque las mujeres están en estado de subordinación, tampoco pueden recibir el sacramento del orden”, sentencia santo Tomás. Se contradice a sí mismo cuando habla también de mujeres en estado de no subordinación a los varones: “Al hacer el voto de castidad o el de viudedad y desposar así a Cristo, son elevadas a la dignidad del varón, con lo que quedan libres de la subordinación al varón y están unidas de forma inmediata a Cristo”. El famoso teólogo, admirado en Roma como un doctor angelicus (maestro angelical), no llega a responder por qué tampoco esas mujeres perfectas tienen derecho a ser sacerdotes.

¿Qué habría dicho Jesús ante tanta marginación? El teólogo Hans Küng, que participó como perito en el Vaticano II, responde con una frase de Karl Rahner, el gran pensador de ese concilio: “Jesús no habría entendido ni una palabra”. Es que a veces, como escribió Bertrand Russell, “el mundo que conocemos fue hecho por el demonio en un momento en que Dios no estaba mirando”.

Mientras las demás religiones cristianas (sobre todo anglicanos y protestantes) siguen ordenando mujeres -algunas ya con la dignidad episcopal-, la Iglesia romana endurece las penas a quienes osen soñar con sacerdotes femeninos. Pero el padre Ángel García, fundador de Mensajeros de la Paz y uno de los grandes eclesiásticos españoles -fue premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1994-, tiene una corazonada. “Tengo la firme esperanza de que, si Dios quiere, este Papa pondrá en funcionamiento el sacerdocio femenino. El día que se levante con buen pie, dirá: ‘Hasta aquí hemos llegado’. Antes de cinco años lo hace. No hay una sola razón para que no pueda haber sacerdotes femeninos. Además, hay mucha presión”, dice el padre Ángel. Se refiere a la falta de sacerdotes, con decenas de miles de parroquias sin pastor. En cambio, son mujeres quienes realmente llenan las iglesias e, incluso, las gestionan.

No hay indicios de que Benedicto XVI vaya por el camino que sueña el fundador de Mensajeros de la Paz. En su famosa biografía de Jesús, el Papa apenas dedica unas páginas a la mujer, para decir, citando al evangelista Lucas, que el fundador cristiano, “que caminaba con los Doce predicando, también iba acompañado de algunas mujeres”. Lucas menciona tres nombres, Benedicto XVI ninguno. Solo que iban “tres mujeres con Jesús”, sin nombrarlas, “y muchas otras que le ayudaban con sus bienes”.

No puede ser un olvido casual. Antonio Piñero, catedrático de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid, subraya las veces que María Magdalena, por ejemplo, aparece en los textos primitivos: 17 veces en los Evangelios, ninguna vez en Hechos de los Apóstoles. Esta mujer, la más citada, por encima de la madre de Jesús, María, ayudaba a Jesús “con sus bienes”, según el evangelista Lucas, pero ha sido presentada por muchos predicadores como “poseída por demonios”, e incluso de vida licenciosa. Piñero ha dedicado un libro a los “cristianismos derrotados”, con este mismo título. Las mujeres son un rostro perdurable de esa derrota.

Pese a su indiferencia hacia el protagonismo de la mujer junto al fundador cristiano, Ratzinger no desaprovecha la ocasión para subrayar “la diferencia entre el discipulado de los Doce y el de las mujeres”. “El cometido de ambos es completamente diferente”, concluye. Suyas son ahora las decisiones de endurecer las penas contra el sacerdocio femenino.

Ramón Teja, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Cantabria, documenta los tiempos en que el cristianismo estuvo dominado por las mujeres, con esta cita a san Jerónimo: “Vigilemos a fin de que las matronas no dominen en las iglesias; estemos atentos a fin de que no sea el favor de las mujeres el que decida sobre los rangos sacerdotales”. Teja cree que la participación o no de mujeres en el ministerio sacerdotal fue un principio práctico para distinguir la herejía de la ortodoxia, de acuerdo con una norma establecida por Tertuliano: “No está permitido que una mujer hable en la Iglesia, ni le está permitido enseñar, ni bautizar, ni ofrecer [la eucaristía], ni reclamar para sí una participación en las funciones masculinas, y mucho menos en las sacerdotales”.

Una atracción fatal

Hay una simpática anécdota del papa Juan XXIII ante la exuberante Sofía Loren. Cuando era nuncio en París, el papa del Concilio Vaticano II se encontró en un acto oficial con la actriz italiana, que lucía rumboso escote y una cadena con una cruz de esmeralda adentrándose con coquetería entre sus senos. “¡Benedetto, quel Calvario!” (¡Bendito, ese Calvario!), suspiró con sonrisa desarmante el futuro pontífice. Fue beatificado por Juan Pablo II en el año 2000.

No todos los eclesiásticos reaccionan con humor. La visión de la mujer como objeto de pecado es cosa de hombres obsesos, y sus reacciones suelen ser maleducadas, por ejemplo esta de san Juan Damasceno: “La mujer es una burra tozuda, un gusano terrible en el corazón del hombre, hija de la mentira, centinela del infierno”. O esta de san Alberto Magno: “La mujer tiene la naturaleza incorrecta y defectuosa”.

No todos los grandes eclesiásticos son así, ni mucho menos. El teólogo Marciano Vidal lo analiza en su libro Moral de amor y de la sexualidad, con el relato con que el buen san Alfonso María de Ligorio contemplaba un escote (ubera) de mujer. “Pectus non est pars vehementer provocans ad lasciviam” (”El pecho no es parte que provoque vehementemente la lascivia”), escribió el fundador de los redentoristas.

En cambio, el gran san Agustín escribió que “el marido ama a la mujer porque es su esposa, pero la odia porque es mujer”, y que “nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer”. ¿Hablaba por experiencia? Padre de un chico al que llamó Deodato (Dado por Dios), repudió a la madre sin contemplaciones, aunque “con la promesa de no entregarse a ningún otro hombre”.

Antes de convertirse, san Agustín fue un obseso sexual, además de un presumido. Escribe en Confesiones, por lo demás un libro maravilloso: “Fui a Cartago, donde terminé en un bullente caldero de lascivia. En un frenesí de lujuria hice cosas abominables; me sumergí en fétida depravación hasta hartarme de placeres infernales. Los apetitos carnales, como un pantano burbujeante, y el sexo viril manando dentro de mí rezumaban vapores”. Agustín tenía un problema con el sexo. Lo malo es que hizo escuela. Haría bien Roma en desmitificar a sus clásicos.

Otro que temblaba en presencia de las mujeres fue santo Tomás de Aquino, el mayor de los teólogos cristianos. Encarcelado por sus parientes a causa de su ingreso en la orden de los dominicos, fue tentado carnalmente, instigado por una prostituta vestida con suma elegancia. Se la habían enviado sus propios parientes. Dicen sus biógrafos que en cuanto la vio, el llamado Doctor Angélico corrió a un fuego de verdad, cogió un leño en llamas y echó fuera de la cárcel “a la que quería despertar en él el fuego del placer”.

Inmediatamente después, santo Tomás cayó de rodillas para pedir el don de la castidad y se quedó dormido. Entonces se le aparecieron dos ángeles que le dijeron: “Por voluntad de Dios te ceñiremos con el cinturón de la castidad, que no podrá ser desatado por ninguna tentación posterior; y lo que no ha sido conseguido por mérito, es dado por Dios como don”.

Se dice que Tomás sintió el cinturón y despertó dando un grito. Entonces se sintió dotado con el don de tal castidad que, a partir de ese instante, iba a retroceder espantado ante toda lozanía, hasta el punto de que ni una sola vez pudo hablar con las mujeres sin tener que hacerse violencia. ¿Castidad perfecta? Castidad quiere decir castigo.+ (PE/Atrio)