Los artículos publicados por PAÍS CANELA son hechos para personas con criterio analítico.
viernes, 2 de abril de 2010
PARECE QUE JESUS NO DETESTABA A LOS AFEMINADOS
EL HOMBRE DEL CÁNTARO
(El primer personaje del evangelio que sale del armario)
Hay personajes del evangelio cuya notoriedad ha sobrepasado los márgenes
del texto donde se recogen sus actuaciones. Son figuras históricas o virtuales
de rango universal, tales como Lázaro, la Hemorroísa, la Samaritana, Jairo,
María Magdalena, Pedro, Zaqueo… Junto a estos actores de primera fila, otros,
sin rostro, ni protagonismo residen arrinconados en los estantes menos visibles
del relato evangélico. Uno de los más desconocidos es el Hombre del Cántaro.
El Hombre del Cántaro pasa inadvertido la mar de las veces. Su paso por la
escena es visto y no visto. Una aparición tan efímera en el texto explica que los
lectores apenas nos hayamos fijado en él a pesar de que le nombran dos de
los tres primeros evangelios. Para indagar en su identidad y estar al tanto del
papel que desempeña seguimos la lectura de Marcos, la fuente principal:
12. El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le
dijeron sus discípulos:
- ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
13. Él envió a dos de sus discípulos diciéndoles:
- Id a la ciudad, os encontraréis con un hombre que lleva un cántaro de agua;
seguidlo, 14. y donde entre decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde
está mi aposento, donde voy a celebrar la cena de Pascua con mis discípulos?”.
15. Él os mostrará una sala en alto, grande, alfombrada, dispuesta;
preparádnosla allí.
16. Salieron los discípulos, llegaron a la ciudad, encontraron las cosas como
les había dicho y prepararon la cena de Pascua. (Mc 14, 12-16).
12. El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual
La narración comienza con dos datos temporales contradictorios. Las dos
fiestas, la de la Pascua y la de los Panes Ázimos (mazzots), coincidían en su
fecha de celebración por razón de que rememoraban un único acontecimiento,
la liberación de la esclavitud en Egipto. Pascua y Ázimos comenzaban al
iniciarse el día 15 de nisán, es decir, al anochecer del 14, según el modo judío
de contar el día: de puesta a puesta de sol. El cordero, elegido el día 10, debía
ser macho, de un año y sin mancha ni defecto. Se sacrificaba en el recinto del
templo entre las 2,30 y las 5,30 del mediodía del 14. Nadie salvo un no judío
desconocedor absoluto de las fiestas podría afirmar, como hace aquí Marcos,
que el cordero pascual se sacrificaba el día primero de los Ázimos.
Marcos conocía a la perfección cada momento de las fiestas. Anteriormente
había dado cuenta de su cercanía (14,1). ¿Por qué, entonces, esa
incongruencia tan evidente y manifiesta? Los muchos intentos por explicarla no
resultan convincentes. Cabe, pues, pensar en el recurso típicamente suyo de
utilizar dos datos temporales contradictorios (1,32; 4,35) como invitación al
lector a hacer un alto en la lectura y dirigir su mirada hacia la situación que ha
motivado los hechos.
Acerquémonos a ellos: Nuestro autor, Marcos, ha destacado previamente la
ansiedad de la aristocracia sacerdotal y de los máximos representantes de la
ideología oficial por prender a traición a Jesús con el fin de darle muerte antes
del inicio de los festejos (14,1-2). Él disfruta tranquilo en casa de un marginado.
En ese escenario una anónima mujer le muestra con un desbordante amor que
acepta su proyecto hasta las últimas consecuencias. La entrega de la mujer
desata la tensión en los discípulos, que interpretan su gesto como exagerado e
inútil (14, 3-8). El grupo de seguidores no sale de sus coordenadas
nacionalistas y demuestra una escasa adhesión al proyecto del Galileo. El
desacuerdo desemboca en la traición de uno de los Doce. Los dirigentes
sacarán partido de las divergencias. Ha fraguado la complicidad y los instintos
criminales entran en ebullición (14, 10-11). Los acontecimientos parecen
precipitarse.
Le dijeron sus discípulos: ¿Donde quieres que vayamos a prepararte la cena
de Pascua?
En medio de esa atmósfera de arrebato, con las fiestas echándose encima, los
discípulos toman la iniciativa. Ellos daban por hecho que la celebración de la
cena de Pascua al modo tradicional entraba en los planes del Galileo y le
urgieron, por tanto, a que determinara el escenario de la capital donde
convendría llevarla a cabo. El ambiente festivo, donde la conciencia de pueblo
alcanzaba su punto de efervescencia, propiciaba la costumbre de que los
habitantes de la ciudad brindaran gratuitamente locales y terrazas de sus
domicilios a los centenares de miles de peregrinos venidos a Jerusalén para la
ocasión. En cada estancia se reunían por término medio entre diez y veinte
comensales.
Llama la atención en la pregunta de los discípulos su sentido restrictivo: a
prepararte (lit. para que comas), cuando se esperaría una propuesta en plural
(siguiendo la literalidad: para que comamos). ¿Qué se esconde tras esa
formulación en singular? El grupo observó la cena de Pascua como la mejor
oportunidad para que él aceptara por fin los sagrados ideales mesiánicos
trazados en el Antiguo Testamento. No había mejor ocasión para que asumiera
el liderazgo de un movimiento popular contra el imperio dominante. Ése
debería ser su momento; ésa sería su Cena, la que inauguraría la nueva
Pascua. A tal fin los discípulos se ofrecieron como servidores incondicionales.
13. Él envió a dos de sus discípulos diciéndoles:
- Id a la ciudad, os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua;
seguidlo, 14 y donde entre decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde
está mi aposento, donde voy a celebrar la cena de Pascua con mis discípulos?”.
Pero los planes de Jesús diferían de la estrategia de los discípulos y no
respondió directamente a su requerimiento. Antes bien, se hizo cargo de la
situación y señaló los pasos a dar.
En primer lugar envió a la ciudad a dos de los discípulos. No se mencionan sus
nombres; el número dos lo dice todo. Representan a la sociedad alternativa
como en 6,7: “convocó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos”. Se
emplea el verbo ( ποστ λλω) que define una de las características esenciales
del grupo: ser emisarios con un encargo de Jesús (Mc 3,14).
La ciudad, centro del poder político, religioso y económico, será el destino de
los enviados, pero ni el guión a desarrollar, ni el objetivo a conseguir tendrán
que ver con los propósitos de los discípulos. El Galileo no les aportará una
dirección precisa, tampoco un itinerario detallado; sí, en cambio, pondrá a su
alcance una señal inesperada, dinámica y claramente reconocible cuya estela
les conducirá hasta el lugar idóneo. Habrán de coincidir con el Hombre del
Cántaro: “os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua”.
El matiz del verbo ( παντ ω), sugiere que la iniciativa del encuentro
corresponde al personaje en cuestión (Lc 17,12). El bullicio en un día tan
señalado daba para toparse con un hombre cargando cualquier objeto, pero no
un cántaro. El cántaro era recipiente propio de mujeres. Ningún hombre habría
tenido la mala ocurrencia de andar por las concurridas calles cargando un
cántaro de agua. Además de concentrarse en él, recelosas, todas las miradas,
le habrían apedreado sin más. El insólito personaje obliga a los discípulos a
dejar atrás sus prejuicios para abandonarse en quien menos confiarían. Las
preguntas surgen solas: ¿Quién es ese hombre del cántaro? ¿De dónde ha
salido?
Los datos orientan al sentido figurado. Se trata de un ser humano ( νθρωπος)
con apariencia de hombre y comportamiento de mujer. Persona y cántaro
conforman una unidad. Trasladando su completa imagen a nuestra cultura
hablaríamos de un hombre vestido con falda y tacones. Su figura responde a la
de un afeminado. No importa su procedencia, sino que está allí. Eso no tiene
discusión. Y es como es. Su perfil lo dice todo. Este ser humano será el elegido
por Jesús para orientar a los discípulos. Su compostura femenina anuncia que
ellos han de invertir su manera de mirar la Pascua.
El hombre-mujer, impensable en la mentalidad judía, rompe los esquemas
ideológicos de los enviados. Precisamente eso pretendió el Galileo acudiendo a
él como figura representativa, subvertir en el grupo de discípulos unos valores
alineados con la violencia nacionalista. Iban descaminados los que
subestimaron el gesto de la mujer del perfume. Aquella mujer apuntaba en la
buena dirección con su actitud comprometida a amar sin límites hasta entregar
la propia vida en favor de los más débiles.
El hombre del cántaro quiebra el orden establecido como natural. Su sola
presencia advierte a los enviados de la invalidez de sus códigos de conducta.
Sin él, los discípulos carecen de rumbo y destino seguros. El hombre del
cántaro les saldrá al paso como la única garantía de hallar lo que buscan. Ellos
habrán de trocar ante él sus esquemas mentales. El hombre invertido aparece
en el texto como modelo de discípulo advirtiendo que la sociedad alternativa no
se distinguirá por sus privilegios, sino por el insustituible servicio de marcar la
ruta hasta el escenario donde se celebrará la definitiva libertad.
La escueta consigna a los enviados no admite dudas: “Seguidlo”. La expresión
formada por el verbo ( κολουθ ω) acompañado de pronombre se usa casi
siempre en Marcos para indicar el seguimiento a Jesús (1,18; 2,14.15; 6,1; 8,34;
9,38; 10,21.28.32.52; 11,9; 14,54; 15,41). El hombre-mujer se convierte así en
el guía ideal para los discípulos. Hace las veces de Jesús, que se ha
identificado con él. Ha depositado en el afeminado su absoluta confianza. El
hombre-mujer ocupará su lugar y dirigirá a los enviados hacia su destino.
Gracias al Galileo, un personaje insignificante ha pasado a ocupar el papel de
protagonista. La imagen afeminada del hombre del cántaro en posición tan
destacada pudo generar escándalo entre lectores de procedencia judía, lo que
explicaría que, en su relato, Mateo suprimiera de un plumazo al hombre del
cántaro y, con ello, su labor de encaminar a los discípulos hasta la casa: “Id a
la ciudad, a casa de Fulano…” (Mt 26,18).
Él tiene allí las puertas abiertas: “donde entre”. El hombre del cántaro no
necesita salvoconducto, pertenece a los de la casa. Una vez en ella, el “dueño”
pasa a ser el interlocutor válido para los discípulos. El término (ο κοδεσπ της
“dueño de la casa”), sólo utilizado en los tres primeros evangelios, aparece en
Marcos esta única vez. Mateo y Lucas lo usan en algunas metáforas y
parábolas refiriéndolo a Dios (Mt 13, 27; 20,1.11; 21,33; Lc 14, 21). En otros
lugares, Jesús lo utiliza aplicándoselo a sí mismo (Mt 10,25; Lc 13,25).
El dueño de la casa se muestra en este contexto como sujeto en connivencia
con el Galileo. El dispone y da acceso al escenario definitivo, el que acogerá a
la sociedad del Reino en su momento más crucial. El texto deja suponer que su
función se limitará a escuchar y a mostrar el espacio reservado. Sólo a él
prestarán atención los discípulos, cuya función se circunscribe a ser fieles
transmisores del mensaje del Galileo, al que Marcos presenta dominando en
todo momento la situación. Por eso, Jesús les traslada en primera persona la
pregunta que ellos deberán plantear con exactitud al dueño de la casa:
“¿Dónde está mi aposento…?”, aunque para introducirla, habla de si mismo en
tercera persona: “El Maestro pregunta”.
La introducción “El Maestro pregunta” sirve de contraseña al dueño de la casa.
Es la única vez en Marcos que Jesús se autodenomina maestro ( διδ σκαλος);
asimismo también en esta sola ocasión el evangelista escribe el término con
artículo. El dueño de la casa no reconocerá a otro maestro distinto a Jesús. Los
discípulos tendrán acceso a la estancia únicamente presentándose como
seguidores suyos. Es la aceptación de su proyecto lo que permite el libre
acceso al interior de la casa. Los discípulos se verán obligados a dejar atrás
sus estrategias y sus objetivos.
Con su interrogante, el Maestro no reclama saber, sino enseñar a los enviados.
Son los discípulos quienes deberán mostrar disposición al aprendizaje.
Preguntarán por un lugar (¿Dónde…?) respecto al que Jesús conoce bien la
respuesta. Él persigue que sus enviados sean llevados hasta el escenario que
buscan y puedan observarlo. El término empleado para hablar de ese espacio:
“aposento” (κατ λυμ ), no utilizado en Marcos salvo en esta ocasión, tiene el
sentido de albergue que invita al descanso tras un largo trayecto. Habla de un
lugar concreto, reservado y exclusivo para él (“mi aposento”), acordado de
antemano y con unas condiciones especiales para el uso al que se destina. En
contraposición al sentido restrictivo del planteamiento inicial de los discípulos:
“a prepararte…”, el Galileo ensancha las miras y prevé un escenario abierto a
la totalidad de sus seguidores: “voy a celebrar la cena de Pascua con mis
discípulos”.
15. El os mostrará una sala en alto, grande, alfombrada, dispuesta;
preparádnosla allí.
Las indicaciones dadas a los enviados incluyen las características de la
estancia que el dueño les enseñará. A ellos incumbe cotejarlas con las
condiciones que ellos conocen de antemano. Las cuatro marcas que definen el
local están descritas con absoluta sobriedad. De ese modo, concentran la
atención sobre ellas y preparan la mente respecto a los hechos que tendrán
lugar en el citado espacio.
Se trata de una “sala en alto”. Este término ( ν γαιον; etimológicamente por
encima de la tierra; opuesto a κατ γαιον: subterráneo), presente únicamente
aquí y en el lugar paralelo de Lucas (Lc 22,12), apunta a la idea de que el
escenario de la cena supera los propósitos nacionalistas del colectivo de
seguidores. “Grande” (μ γα) sugiere desahogo, apertura y gran capacidad para
albergar a un amplio universo de adheridos al proyecto. “Alfombrada”
( στρωμ νον: participio perfecto pasivo de στρ ννυμι: “extender” [una
alfombra], “tapizar”) habla de un sitio acogedor, relajado, idóneo para la libertad
(sólo los esclavos comían de pie). Y por último, “dispuesta” ( τοιμον), asegura
reunir condiciones que, además de excelentes, son definitivas. No caben
modificaciones en la sala; se halla en su punto para disponer de ella. Quedan
únicamente los preparativos propios de la cena a los que los discípulos hicieron
alusión: “a prepararte”. Las instrucciones del Galileo se han completado.
16. Salieron los discípulos, llegaron a la ciudad, encontraron las cosas como
les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
El relato termina dando cuenta del cumplimiento del encargo por parte de los
enviados, de la exactitud con que lo llevaron a efecto y de la preparación de la
Cena de Pascua. Marcos no se interesó en los pormenores de los preparativos,
que no eran pocos: sacrificar el cordero en el templo, elaborar los panes sin
levadura, hacer la ensalada, preparar la mesa para todos los comensales,
colocación de los accesorios), sí, en cambio, trabajó con extremo cuidado las
coordenadas en las que encuadrar una cena que de ningún modo coincidirá
con las ambiciones de los discípulos.
El dueño de la casa admitirá exclusivamente las instrucciones del Maestro (el
término maestro sólo se escribe una vez en el relato). A ellas se ceñirán
también los discípulos (término usado en cuatro ocasiones señalando su
sentido universal). El Galileo marcará las pautas a seguir. El papel de guía lo
desempeñará el hombre del cántaro, el primer personaje del evangelio salido
del armario.
Salvador Santos
Autor del libro sobre Marcos: Un paso, un mundo (Ediciones El Almendro
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario